22 Septiembres

 

22 Septiembres

"No es mi circo, no son mis monos"


0 años: Mi llegada al mundo, un nuevo ser con miles de oportunidades y con cientos de caminos por tomar. Una niña esperada para ser amada, suerte de pocos. El comienzo de una vida después de las miles que llevamos atrás, el descubrimiento de una nueva persona que nuestro deber será cuidar hasta la muerte que inevitablemente llegará.

3 años: Ser amada a veces no incluye compañías. Mis padres comenzaron a ser extraños para mí, sin embargo, vivía con mis abuelos y mis tíos, a quienes consideré mi verdadera familia por largos años, aunque aquí entre nos, ellos siempre lo serán, los primeros años de un niño son los más importantes, y el amor se queda con quienes se mantuvieron a tu lado.

4 años: La llegada de mi alma gemela a mi vida, dicen que para encontrar a tu otra mitad se pueden requerir siglos de por medio, a veces sólo las dejamos pasar por la calle sin dirigirles la mirada, pero allí estaba ella, tan sólo a unos pasos de distancia, congeniando casas justo a un lado de la otra, de no haberla encontrado, yo no estaría escribiéndoles hoy.

5 años: Descubrí por primera vez lo crueles que pueden ser los niños. Es verdad cuando dicen que, si quieres oír la verdad, debes preguntarle a un infante. También descubrí que entre menos personas tengas cerca, es más sencillo no salir lastimado, sobre todo porque no necesitamos a muchos a un lado para sentirnos completos, sólo necesitamos a los indicados.

6 años: Entendí que podía ser más lista que el resto si me lo proponía. Supe lo que era destacar y recibir validación académica por mis logros. Aprendí a competir por ser la mejor en todo lo que se me pedía, ya que, aunque suene triste, eso era lo que más enorgullecía a mis padres sobre mí.

8 años: Fue mi primer corazón roto, supe lo que era sentirse abandonada por alguien a quien amas con cada parte de ti. Aprendí a dejar ir por primera vez mientras veía como un hogar se destruía a pedazos. Supe lo que era temer dormir por las noches sin un hombre en la casa. Supe lo que era la verdadera desconfianza y el silencio absoluto. Supe lo que era borrar de la memoria recuerdos tristes y hacer de cuenta que nada pasaba bajo las paredes. Supe lo que era sufrir en silencio porque aún era una niña.

10 años: Conocí a personas como yo, personas a quienes podía llamar amigas y eran un lugar seguro para mí. Aprendí a pertenecer y ser contenida, a ser abrazada y escuchada, a que me dieran la mano cuando llorara y pelearan cuando temiera. Incluso con tanto peso sobre la espalda, jamás reí tanto como con ellas, algún día les daré las gracias que se merecen.

12 años: Descubrí que era diferente al resto, que podía amar a cualquiera sin importar su género, sexualidad o incluso su aspecto. Fui capaz de expresarlo sin miedo porque vine de un lugar donde jamás se me juzgó, y fui aceptada de la misma manera y bien recibida, y aunque no quiero atribuirme cosas que no me corresponden, sé que, gracias a decir aquella verdad, personas importantes a mi alrededor fueron capaces de descubrir que también eran como yo.

13 años: Incursioné en el mundo del amor que tanto anhelaba, aprendí a querer y a abrirme un poco más con quienes yo eligiera que me acompañaran de la mano. Salí de mi cascarón, esa fue la primera vez que algo se me escapó de las manos, ahí fue cuando supe que las emociones son algo que jamás podremos controlar, que sólo llegan y nos darán una paliza.

14 años: Fui usada y humillada por primera vez, me transgredieron, me hicieron sentir culpable de algo que jamás decidí. Hablaron a mis espaldas, esparcieron rumores, arruinaron mi imagen y no pidieron disculpas. Con los años esta etapa de mi vida fue una de las que más pesó, ya que en esos tiempos las mujeres siempre seríamos las incitadoras de situaciones de este tipo. Gracias a esto, comprendí que nadie puede volver a tocarme sin mi consentimiento.

15 años: Conocí a una persona que se transformó en una de mis mejores amigas del momento, cambió por completo todo lo que yo era, absorbí su personalidad porque eso es lo que yo quería ser. Supe lo que era levantar la voz y sentir que tenía las fuerzas necesarias para afrontar los problemas que antes jamás podría. En esta edad también encontré lo que sería de ahí en adelante mis creencias y mi fe, supe que el Universo me escuchaba y me hice devota a él.

16 años: Cometí un error y fui sentenciada por él, sólo eso bastó para ser tratada como basura, que me minimizaran y me hicieran sentir que me lo merecía por una supuesta traición, y todo esto generado por aquella querida amiga. Aquí fue cuando descubrí que los amigos pueden ser los verdaderos enemigos y que pueden hacerte más daño que cualquier otro. Desde este momento y por todos los años consiguientes, conocí el verdadero rencor y odio, y aún sigo luchando contra ellos. Fue la primera vez que quise acabar con mi vida, y es por eso por lo que no soy ni seré capaz de perdonar.

17 años: Mi vida cambió por completo, a pesar de temerle a todo el mundo, conocí a personas que me sanaron, supe que podía querer de nuevo y sentir que pertenecía a algún lugar. Me sentí bienvenida después de tanto tiempo sintiéndome rechazada. Me cuidaron, y me llenaron el corazón a pesar de estar arrepentida de muchos de mis comportamientos. No cambiaría nada de lo sucedido.

18 años: Llegó la adultez, estaba asustada porque no quería reconocer que era el momento de hacerme responsable de mí misma. Me atemorizaba pensar en los años siguientes, en tener que trabajar y sentir las presiones del mundo sobre mí, pero en el fondo, ya no quería mi adolescencia de vuelta, y siendo mi último año escolar, sólo quería escapar de ahí y entrar por fin a la Universidad. Con esto se dio el inicio de mi vida laboral y universitaria, hay cosas que asustan, pero en definitiva esta me caló hasta los huesos, era hora de tratar con la gente y saber actuar en situaciones complejas que requirieran de mí, sin embargo, fue una buena decisión.

19 años: La llegada de la pandemia, viviendo un encierro de la mejor manera. Para muchos este año fue estresante, pero para mí, fue un descanso de la vida. A pesar de lo anterior ya escrito, en esta edad sufrí demasiado, lloraba cada semana. Supe lo que era estar atrapada en un bucle de recuerdos, de sensaciones, de temores, de ansiedades y no saber cómo salir de ahí, pero entre tanta oscuridad, llegó una persona a mi vida que lo cambiaría todo de ahí en adelante, mi mejor amigo.

20 años: Mi mejor amigo se convirtió en mi pareja, gracias a él comprendí que era hora de buscar ayuda, que mi normalidad y mis costumbres eran en realidad un reflejo del dolor que me habían dejado los demás. Aquel año fue de redención para mí, aprendí demasiado y emendé los errores de mi pasado, y cabe mencionar que fue uno de mis mejores cumpleaños incluso con una pandemia encima. Le doy las gracias a los veinte porque han sido todo lo que he esperado.

21 años: Una edad de sanación. En esta edad empecé finalmente con una terapia que sí ha dado frutos, pero lo más importante, fui diagnosticada con trastorno bipolar. En este punto mi vida dio un gran giro, empecé a comprender el porqué de tantas cosas que antes no tenían sentido, aprendí a entenderme mejor y como lograr que los demás pudiesen conocerme. Supe después de tantos años cual es la persona en quien me quiero convertir, me encontré después de tanto tiempo perdida. La otra parte de la historia es que también fue una edad compleja, mi cuerpo comenzó a ser mi mayor enemigo y las enfermedades llamaron a mi puerta por los malos cuidados. Los problemas de dinero aparecieron también, todo se iba en tratamientos y en medicamentos, lo cual no ha cambiado por ahora, pero creo que lo más difícil de esta etapa fue la muerte de mi abuelo. Aquí es donde me despido de él y le digo que lo extrañaré por el resto de mis días, gracias por ser mi papá por tantos años, por siempre entregar nada más que cariño y dulzura, y por esperar a que me despidiera antes de marcharte, hiciste de septiembre algo más bonito de ahora en adelante.

22 años: Aún no sé que me depara contigo, pero espero que todas las metas que nos hemos puesto se cumplan. Espero que sanes física y mentalmente, que escribas tanto como puedas, que leas cientos de libros y que entres a la universidad a estudiar lo que siempre has deseado. También espero que seas feliz, que sigas a un lado de tu mejor amiga, que te enamores aun más de tu novio (aunque no creo que se pueda más de lo que ya lo haces), que te lleves bien con tu familia, que visites más a tu abuela y que ya no estés de tan mal humor.

 

Cerrando aquí esta entrada del mes, sólo quiero recordarte que incluso aunque el miedo te invada, no debes olvidar que “No es mi circo, no son mis monos”, ya no estamos para aguantar a nada ni a nadie, así que levanta la voz y no tengas miedo de pelear cuando la situación lo amerite.

Feliz término de septiembre a todos. Espero que el siguiente sea menos duro conmigo.



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